Otro más de lo mismo
Este domingo vino a comer a mi casa un amigo de toda la vida. El pobre hombre, y lo de pobre lo digo con lastimera admiración, estaba muy apenado. Su hijo, un mozalbete de veintitrés años, universitario e inteligente ( a ver, para los que estáis ahí siempre apuntillándome: universitario e inteligente no tiene por qué ir siempre de la mano, por eso recalco lo de inteligente), había suspendido una oposición para policía local en un pueblo del interior de Valencia. Mi amigo traía los mofletes cargados de improperios, pues sospechaba que las cuatro plazas ofertadas estaban adjudicadas de antemano, mucho antes incluso de que se publicitase la oposición en el tablón del ayuntamiento de marras. Él, que conoce mi debilidad por justificar (sic.) los actos impíos de la burocracia de la santa sangre funcionarial de este casto y patrio país – la cutre, no la profesional
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